30 jun 2006

El tesoro del barrio



Sin querer traspasar los límites de la memoria, me quedo en mi barrio. Sobre una explanada de escombros se arremolinan diez, veinte, treinta niños en busca del tesoro perdido que un día quizá ocultaron ahí dos misteriosas sombras, venidas de muy lejos. Amparados por el arrebol de aquella tarde, los niños descubren bajo mil ladrillos y tortas de hormigón el mundo que les arrebataron en un descuido. Allí, diez, veinte, treinta niños se encuentran cuatro puntales de madera. Lo que les hace falta. A fuerza de amistad y esfuerzo común, aquellos cuatro grandes troncos salen de su escondite secreto y respiran el olor de los naranjos que tardarán apenas meses en llegar. Los diez, veinte, treinta niños cargan con esfuerzo aquel tesoro para llevarlo, ahora sí, a su propia guarida tras la tapia de una casa nonata, proyecto de vida de una familia que quedó en proyecto nada más.

Al cabo de los meses los escombros se convierten en guijarros de todos los tamaños, en una superficie practicable para unos diez, veinte, treinta niños, quienes, después de la sorpresa inicial, corren para avisarse unos a otros. Ha llegado el momento de desenterrar por segunda vez el tesoro escondido: cuatro puntales, cuatro palos, cuatro postes al fin y al cabo. Aquellos niños ya tienen su campo de fútbol.
Gilgamesh Kid


Hasta aquí, la historia del nacimiento de una nuestras ilusiones infantiles. Pero no podían quedar ahí, porque quedaban muchos cabos que atar. Para empezar, faltaba el nombre del que sería nuestro "estadio": finalmente, le pusimos, "Los Naranjos", pues aquella explanada estaba rodeada de naranjos.

También teníamos que ponerle un nombre al equipo del barrio, más allá la propia denominación "Equipo de La Pendola". Ocurrió entonces que el ayuntamiento había comprado, por fin, los contenedores de basura; los trabajadores que iban colocando los contenedores llevaban consigo pegatinas de la empresa fabricante de aquellos depósitos. Cuando llegaron al barrio, todos los niños íbamos detrás de ellos mirando cómo los colocaban. Uno de esos trabajadores, tal vez para que lo dejáramos en paz, nos dio tal cantidad de pegatinas que quedamos contentísimos y al tiempo que ya teníamos "patrocinador", obtuvimos el nombre del equipo: Unión Deportiva "Conténur", que así se llamaba la empresa de los contenedores, que creo que sigue siendo la misma de ahora.

Ya estaba el nombre del estadio y la denominación del equipo, del que por cierto, se hicieron hasta categorías inferiores por la lógica diferencia de edad que existía entre nosotros. Una vez, incluso, organizamos un torneo entre los equipos del "Club" con medallas y todo, verídico. Bien, tenemos equipo y estadio: nos faltaba acondicionar ese teatro de los sueños particular. Ni cortos ni perezosos, el padre de uno de nosotros era albañil y nos cedió sus útiles del trabajo para montarnos nuestra propia grada: cubeta, palaustre, cemento y ladrillos... Bueno, al final la grada quedó en proyecto de futuro y nos tuvimos que conformar con un banquillo, que al menos servía para aguantar las esperas, mientras llegábamos todos, y además hacía las funciones de banquillo propiamente dicho: allí se sentaban los suplentes.
En fin, esta es una historia más del barrio . De mi barrio. De La Pendola.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un post precioso, si señor, me has puestro los vellos de punta. Cuantas tardes pasamos en la plaza del carmen y en el colegio jugando a miles der cosas, corriendo detras de un balón, esperando que llegase Ofito Vinagre a rescatarnos y tocando su trompeta la llamada para que fuesemos a ensayar.Uff creo k me estoy haciendo mayor...jejeje