3 jul 2006

Un desconocido en el coche abandonado


Llegó tan de improviso que nadie se dio cuenta de su presencia hasta los dos o tres días. Alguna mañana de algún sábado de la primavera, estábamos todos disputando uno de aquellos partidos épicos al sol del mediodía. Al tiempo que Diego chutaba y yo volaba de palo a palo, en una de mis características palomitas de portero a lo Buyo, mi mano derecha atajó la pelota y se escuchó un grito:

-¡Eh! Mirad ahí...

Mientras me levantaba del manto de guijarros que era el suelo, salieron todos corriendo hacia el coche abandonado que había junto a la puerta lateral de la casa de Camacho. Una vez de pie, recogí la el balón y también salí corriendo hasta donde estaban arremolinados mis amigos.

Dentro de una Seat Terra oxidada, un desconocido, que sin duda había pasado la noche allí, intentaba desperezarse ante la atónita y curiosa mirada del grupo de niños que conformábamos.

- Buenos días- dijo el desconocido.

- ¿Qué haces ahí?- inquirió Franci.

- Dormir- respondió el desconocido. - Llevo aquí un par de días. Estoy buscando trabajo y no tengo otro sitio en el que quedarme.

- ¿De dónde eres?- preguntó Jose.

- Del norte y de ningún sitio...- dijo misteriosamente el desconocido.

El desconocido hablaba de una manera tan extraña para nosotros que nos fascinaba. Pronunciaba todas las letras de las palabras, incluidas las eses que aquí se nos resisten, porque no las consideramos propias de nuestro habla. El desconocido vestía prácticamente con harapos y, cuando sonreía, enseñaba una fila de dientes totalmente mellados, cosa que nos impresionó bastante.

Aquella noticia fue un íntimo revuelo en todo el barrio. Todo el mundo quería conocer al desconocido, quien se prestaba gustoso a explicar de su vida y de su obra. El desconocido cayó en gracia a las humildes gentes de La Pendola y al poco tiempo era un vecino más, sólo que vivía en una casa un tanto particular. Las vecinas del barrio se encargaban de proporcionarle a diario comida y hasta mantas para que no pasara frío por la noche dentro del coche abandonado. Al poco, el desconocido ya entraba en algunas casas, pues tenía fama de manitas y era capaz de arreglar cualquier electrodoméstico.

En mi casa se había quemado el motor de algún aparato y mi abuela llamó al desconocido para que lo arreglara. Yo me sentí muy feliz de tener al protagonista de aquellos días en mi propio hogar. Allí, en el salón, mientras detectaba el problema y reparaba la avería, charlaba amistosamente con mis abuelos, contando, una vez más su historia.

Al poco tiempo, el ayuntamiento dio orden para que la furgoneta abandonada fuera retirada de una vez por todas. El desconocido se iba a quedar sin casa. Pero las autoridades no contaban con la resistencia de unas gentes dispuestas a defender el hogar del nuevo vecino. El día en que llegó la grúa para llevarse la Terra, decenas de mujeres esperaban junto al vehículo para recriminar tanto a la policía como al ayuntamiento su actitud de querer despojar a una persona de lo que había sido su hogar. Pero las leyes son las leyes y están para cumplirlas. El desconocido tenía que irse a vivir a otro lugar.

A partir de entonces todo cambió. El desconocido empezó a caer en desgracia y aún desconozco el motivo, pero tuvo que irse del barrio para no volver a aparecer jamás. Todo cambió. Ya no era bienvenido en La Pendola. Algo habría hecho. Algo muy malo, pues todos los que hablaban bien de él, ahora lo hacía echando pestes de su actitud. Y todos , menos yo, que nada sabía, tenían que ajustar cuentas con él por no sé qué extrañas razones.

Estábamos sentados en el banquillo de nuestro estadio particular cuando alguien dijo haber visto al desconocido en "los Siete Cuellos" dispuesto a irse del pueblo. Franci, que de verdad tenía ganas de pillarlo, dijo que lo acompañáramos y eso hicimos. Yo la verdad, es que les seguía por hacer tiempo, puesto que no sabía nada de lo ocurrido. Localizamos al desconocido frente al hotel Camelot y allí lo rodeamos. Franci, alterado, empezó a insultarle.

- ¡Eres un mierda!- gritó Franci.

- Lo sé, de verdad... Perdonadme...- dijo el desconocido casi con lágrimas en los ojos.

- Espero no volver a verte por aquí, porque ahora estoy yo, pero si llegan a venir todos los que te quieren coger, te la hubieras llevado- amenazó Franci.

- Vale, vale- respondió el desconocido casi descompuesto.

Todavía hoy desconozco el motivo de aquella caída en desgracia del desconocido. No recuerdo ni su nombre. Pero lo que sí se me quedó grabado a fuego en la memoria fue su partida. Con una mochila al hombro, el desconocido salió a la carretera y comenzó a caminar con rumbo a Cartaya bajo el sol de un mediodía primaveral de sábado. El desconocido echó una mirada atrás y continuó caminando hasta que su figura se perdió tras la curva de la Jeza. Terminaba de este modo un episodio más de nuestra infancia en el barrio. Mi barrio. En La Pendola.

Gilgamesh's memories.

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