24 oct 2006

El Niño del Talegazo


Bueno... no sé. Los toros en realidad, ni me van ni me vienen, depende de cómo me pille el ánimo de ese día. El caso es que poco o nada tiene que ver esta breve historia con eso. Algo sí, desde luego.

Todo lector ocasional que se deje caer por aquí creo que recordará "Videos de Primera". Para mí fue el descubrimiento de Alfonso Arús. Más tarde vendría "Al Ataque", un programa al que estaba enganchadísimo: quedan en la memoria de todo gourmet de la televisión La mierda la Sole y su huevazo -endevé- y, por supuesto, Carlos Jesús y Micaé o Cristofer -tú lo nombras, él aparece-.

Decíamos de Videos de Primera. Allá en los 90, con caídas y más caídas tronchantes, que a muchos nos parecía lejanas: pocos en el barrio tenían videocámara; ninguno poseía, por supuesto, alguno de aquellos videos en los que un familiar, amigo o vecino se escogorciaba inmisericorde contra una farola y era atropellado por una vaquilla -se va el chaval, se va por la barranquilla-. Con el paso del tiempo, mucho tiempo, ha caído en mis manos uno de aquellos momentos mágicos que son capaces de sacar la sonrisa y la carcajada al más pintado.

El Niño del Talegazo no es otro que mi primo hermano, el mayor de todos mis primos hermanos. Si es torero o no, se le nota a la legua: sólo hay que echar un vistazo al video que cuelgo a continuación. Todo ocurrió durante la despedida de soltero del que ahora es su cuñado a los ojos de Dios, pues ya lo era a los de los hombres -y tal-, que ya son ganas de celebrar una despedida de soltero. Las cosas ya no son como antes. Ahora cualquier pinchaúvas tiene una cámara de video o ésta viene integrada en su teléfono móvil. Y, claro, con semejante material, decenas de casi cuarentones ebrios intentando torear una vaquilla, es imposible resistirse a la tentación de grabar unos segundillos de la faena, por si algún despistado, como en el caso de mi primo, es vilmente volteado por el morlaco.

Y, para rematar, cualquier mindundi, como yo, tiene un programita de edición de video en el ordenador con el que recrearse en la escena. Y aquí estamos. Este video fue la comidilla de la boda de la hermana de mi primo -ergo, mi prima-, con el que hemos echado ya bastantes risas. Por ello, con todo el cariño del mundo para mi primo el mayor, y para mis otros primos, que me han pasado el video para que yo lo "internacionalice": ¡va por ustedes! El talegazo del Niño del Talegazo, que, cómo no, siempre ha vivido -ya no, pero casi- en La Pendola.

PD. Por menos, miren la audiencia que tiene El Buscador de Historias de Telajinco.


Gilgamesh Bullfighter

17 oct 2006

Acabáramos



Son largos los lunes, de eso no cabe duda. Madrugón intempestivo, más prisas de la cuenta, depresión, malestar... y volver a casa, tener el ordenador mal colocado y tragarse, aunque sea de oídas, una mierda como el Gran Hermano. A pesar del tiempo, no acabo de pillarle -ni creo que lo haga, pues la escucha es involuntaria- la gracia a la cosa. No se la veo. Desconozco su audiencia, pero ahí está por algo y me pregunto qué clase de incompetente intelectual -y el ejemplo está detrás de mí- puede perder y robarle tiempo al tiempo para dedicárselo al engendro este. Cojo los auriculares y los enchufo en los altavoces del ordenador y ahí están, permanentes en el Winamp, las agrupaciones del carnaval del año pasado... y precisamente cantando sobre los que son gilipollas: ¡acabáramos! Lo que no cante el carnaval...

PD: Buscad en el Google la palabra "gilipollas" y pinchad en la pestaña de Imágenes...
Gilgamesh down

10 oct 2006

La ingenuidad de un niño... (y III)



La Navidad es una época esplendorosa para que un niño -o un grupo de ellos- dé rienda suelta a lo que sus maquiavélicas cabecitas planean como verdugos medievales. Es tiempo de vacaciones, es tiempo libre con niños por las calles maquinando lo que en otros lares y con otras edades se llama kale borroka. No os asustéis, pero es así. "La ingenuidad de un niño" he llamado a esta serie, que sigue dando ejemplos contrarios a ese tópico refutable a todas luces.

Muchos niños en La Pendola y toda la tarde por delante. Una tarde corta, claro, enseguida se hace de noche. Camuflados por la oscuridad, nos dirigimos a La Lonja o La Lota, que así, indistintamente, se solía -y se suele- denominar a lo que ahora es un pabellón deportivo y que antaño funciono como tal, como una lonja. Con el declive de la actividad pesquera en el barrio, el ayuntamiento de turno la convirtió en centro de actividades culturales: escuelas-taller, escuelas de pintura, de baile... hasta, si recordáis, albergó un belén viviente en 1988, donde estuvo servidor en plan estelar. El caso es que junto a la Lonja había un contenedor de vidrio, y junto al contenedor, una moto, una roñosa Mobylette del "tiempo la jambre". Fue como una conexión dibólico-celestial; vaciamos el depósito de la gasolina y lo rellenamos con los restos de alcohol de las botellas que quedaban a nuestro alcance. Sentados en la puerta del Bar Salgado vimos toda la escena, incluida la del tío intentando arrancar en vano la moto y mentando a nuestras queridas madres, indirectamente, porque el tipo ni siquiera sabía que éramos nosotros.

Con las mismas, como era Navidad, época de petardos, no dudábamos en bombardear los portales de 1 de cada 4 casas de la calle Zaragoza, con el consiguiente cabreo de sus propietarios. Claro, si sólo hubiera sido un día... pero es que lo hacíamos a diario durante lo que duraban las vacaciones y además, casi a la misma hora: era tremendo que los vecinos de la calle no se dieran cuenta del asunto.

Y para terminar de forma poco brillante esta trilogía de angelicales e ingenuos actos infantiles, os contaré una de las mejores. También en la Lonja. Frente a una de sus esquinas -el edificio ocupa toda la manzana- siempre ha estado el almacén de frutas de Rangel, a quien de vez en cuando el stock de fruta se le pudría y no tenía más remedio que tirarla al contenedor de la esquina de su calle. Merodeando por el lugar estábamos nosotros, a quienes, por niños, nunca nos habían dejado entrar en algunas clases de pintura o lo que fuera que se daban allí dentro. Claro, le cogimos tirria a todo aquello, especialmente a algunos monitores, que eran un tanto remilgados o, en pendolero antiguo, mariquitas.

Naranjas podridas en ristre, nos dirigimos hacia una de las ventanas donde se impartía una lección de pintura. Alguien golpeó en la ventana a modo de llamada y no fue otro que el monitor de la clase, uno de nuestros más odiados antagonistas, quien abrió. Tras aquella reja estábamos 10 ó 15 niños dispuestos a fusilar a bocajarro, con un arsenal comparable al de todo el Estado Mayor del Estado de Israel, al pobre demonio que se atreviera a... ¡FUEGO! Lo último que recuerdo es la cara, indescriptible, que se le quedó a aquel tío y a nosotros corriendo como poseídos por la risa.

Y hasta aquí hemos llegado. Luego dirán que los niños son ingenuos, unos angelitos que no poseen la maldad. Pues de eso, en La Pendola, en mi barrio, teníamos muchísimo. Con los años aquello ha pasado a ser anécdota, lógicamente. Sirva esta trilogía de confesión y redención de nuestros pecados. La penitencia, que no es tal, la llevamos por dentro: una infancia feliz para mí y los que me rodeaban. Gracias, amigos.

Gilgamesh' Evil Empire

7 oct 2006

La ingenuidad de un niño... (II)



Lo dicho. Que la ingenuidad de un niño es mentira. Por respeto a la memoria del principal de los personajes, he cambiado su apodo; aunque quien conozca la historia sabrá a quién me refiero, pero prefiero dejarlo en el semianonimato. Espero que desde el cielo o donde quiera que esté, sepa perdonarme y perdonarnos.


Pasaba por allí todos los días. Teníamos que interrumpir nuestras cabalgadas por la banda y posteriores centros a la olla para evitar los remates a bocajarro y no pegarle un pelotazo. Caminaba de manera pausada, apoyándose en un recio bastón, por lo que al principio creíamos que era un pastor de cabras. Y era normal que pensáramos así, porque además siempre iba tocado con una gorra campera calada hasta casi las cejas.

El anciano nos echaba miradas fulminantes si alguna vez no parábamos nuestras correrías, por lo que no tardamos mucho en cogerle manía. Poco sabíamos de aquel hombre más que todos los días tomaba el mismo camino: venía desde más allá de la estación por la calle paralela a la vía del tren; pasaba por delante del taller de Cayetano, giraba hacia la derecha en la calle Beas, izquierda Río Segre, derecha Calañas, sede social y oficial donde se emplazaba el Estadio Los Naranjos, izquierda de nuevo para luego girar a la derecha por la calle Capitán Cortés, cuesta arriba hacia el bar de la Plaza del Carmen. La vuelta la desconocíamos, porque cuando pasaba camino del bar ya era de noche; pero no es de extrañar que tomara el mismo itinerario de vuelta a su casa o a quién sabe dónde.


Cierto día, nuestra curiosidad se hizo tan grande que queríamos conocer a ese hombre más de cerca, pero nuestros intentos fueron en vano, puesto que era un anciano un tanto huraño y desconfiado y, como se verá, con muy mala leche. Así que al poco tiempo nos enterábamos de cómo se llamaba, Juan, y, sobre todo, cuál era su apodo: Madaleno. Pero había un problema, al menos para él: le fastidiaba muchísimo que pronunciaran su apodo. Y esta información en manos de unos niños puede ser tremendamente efectiva.

Una semana más tarde, el viejo hacía su camino habitual. Nosotros le esperábamos a cierta distancia. De repente, Franci gritó: ¡Madalenooo! Lo que siguió a continuación fue de lo más gracioso, según cómo se mire, de nuestra infancia. Juan, el Madaleno, se giró hacia nosotros y expelió una retahíla de insultos que cualquier aficionado al fútbol debería tener apuntada para casos de arbitrajes nefastos. El Madaleno, siguió gritando como un descosido, profiriendo insultos que erizaban el vello, así, continuados, sin parar, casi sin respirar; el hombre se acordaba de toda nuestra ascendencia viva y muerta, de la familia, las amistades y hasta de nuestros genitales. Claro, al verlo en ese estado, no podíamos menos que seguir gritándole el "Madaleno" sin parar, con lo cual, la cosa se alargaba.

Al día siguiente, más de lo mismo, más gritos, insultos y hasta lanzamientos de piedras por su parte, lanzadas al más puro estilo cabrero y menos mal que sin demasiada fuerza. Nosotros, a distancia, seguíamos con nuestro ritual, cuando pasó junto al Madaleno un chaval de nuestra edad, del barrio, pero no de la pandilla, que no sabía nada. El Madaleno, al ver a un joven pasar junto a él ni siquiera se fijó en que no tenía nada que ver con aquello, pero por si acaso, en plan Bush & Rice, le largó un bastonazo que no le alcanzó de milagro. Claro, el chaval salió corriendo.


Y así fueron pasando los días y las tardes-noches, esperando el momento en que el Madaleno pasara por allí para seguir con la "liturgia", hasta que se nos ocurrió el plan definitivo.

Estuvimos todo el día anterior como si fuéramos un comando de asalto en misión de combate. Hicimos los preparativos a conciencia, estudiando con detenimiento todos los pasos cotidianos del Madaleno para tenderle una trampa detrás de otra. Primero, como quiera que por entonces no existían farolas en el primer tramo de la calle junto al taller de Cayetano, pusimos una tanza que cruzaba la vía de un lado a otro con la intención de que tropezara con ella y se diera un buen, como decíamos de niños, "majazo".

Seguidamente y hasta llegar a la calle Calañas, empapelamos todas las fachadas de las casas con dibujos alusivos a su apodo, para que mientras caminara, se diera cuenta de lo que le esperaba. Como fin de fiesta, le preparamos una "recepción" en la explanada del Estadio Los Naranjo, incluyendo una gran pancarta hecha con cartón en la que se leía bien grande "MADALENO".


Con tanta discreción, se llegaron a enterar mi madre y mi abuela, quienes me prohibieron la asistencia al evento, por lo que os voy a contar es simplemente el relato que me hicieron mis amigos del gran momento.


Mandaron a algunos efectivos como avanzadilla para informar de la evolución del plan. La primera en la frente: la tanza, lógicamente, se rompió porque era muy fina y el Madaleno muy corpulento. Pero la segunda salió bien. Conforme caminaba por la calle Beas, el anciano miraba las fachadas de las casas y se iba cabreando poco a poco, hasta el punto de que ya mascullaba insultos. Cuando giró la esquina de la calle Río Segre y con la calle Calañas, llegó la apoteosis: un coro de 20 ó 30 niños gritando a unísono "¡Madaleno!" y agitando una gran pancarta en la que aparecía su nombre. La media hora de insultos fue larga y tensa para todos. Incluso tuvieron que intervenir los vecinos del barrio para pararnos -a mí no, pues no estaba, pero como si hubiera estado- los pies y mandarnos a todos a casa.


Aquello afectó muchísimo al Madaleno, quien no volvió a tomar aquel camino diario hacia el bar de la plaza del Carmen nunca más. Meses, más tarde, ya durante las vacaciones de Navidad, localizamos al Madaleno por la Avenida de Huelva y, como quiera que era la época de los petardos, bombardeamos parte de su recorrido a base de petardazos. El hombre giró la cara, nos vio, nos reconoció y bajó la cabeza, pasando olímpicamente de nosotros. Aún hoy no sé si lo hizo por abatimiento o por no seguir dándonos carnaza.


Si después de esto seguís pensando en la ingenuidad de los niños, no os vayáis que todavía queda la tercera parte de la trilogía. Y es que lo que no hubiera pasado en mi barrio, en La Pendola...
Gilgamesh evil

5 oct 2006

La ingenuidad de un niño... (I)



...es mentira. La ingenuidad de los actos de un niño se puede poner en entredicho, y la diferencia entre una travesura infantil y el terrorismo puro y duro es muy sutil: apenas les separa unos cuantos años. No quiero entrar en ningún debate sobre psicología infantil, nada más lejos; sólo quería una excusa para recordar las grandes travesuras, putadas con todas las de la ley, que gastábamos de pequeños por La Pendola. Oh, la ternura de un niño... ¡y una mierrrrrda!

Las porterías del Estadio Los Naranjos, feudo inexpugnable de la Unión Deportiva Conténur, empezaban a desgastarse. Tantos meses a la intemperie y sometidos a la mala puntería de nuestros delanteros pasaban factura a aquellos roñosos puntales que hacían las veces de postes. Uno de esos sábados de la inestable primavera andaluza, lepera y pendolera, el choque fortuito entre la defensa del equipo "B" y a delantera del "A" dio como resultado un barullo cerca de los postes que culminó con una montonera -nos gustaba el toque, el estilismo y la gambeta como se aprecia- de la que salió mal parado el poste derecho de mi habitual portería -era el mejor portero que había dado la cantera de la U.D. Conténur hasta la fecha, y a finales de ese mismo año ascendí al primer equipo- que se rompió en 3 ó 4 pedazos.

Nuestras caras eran un poema, claro. Se rompían nuestros sueños de un estadio con todos sus avíos, o como se diría ahora, con todas sus infraestructuras. De la reunión de aquella tarde salió por boca de uno de nosotros robar, sí, robar, mangar, chorizar, las porterías del equipo de la Estación; el que sugirió tal idea es ahora policía, así que no digo nada más. Esa misma noche se llevó a cabo el plan de acción, que no era otro que arrancar los 4 puntales que había clavados en el feudo del equipo de la Estación, junto a ésta, de dónde si no iba a venir el nombre, y pintarlos de blanco no tanto para darles lustre como para evitar que se dieran cuenta de que fuimos nosotros.

Lo peor del caso es que al mes no se nos ocurrió mejor idea que "pedir partido" -¿os acordáis de esa expresión, cuando retábamos a otro equipo?- a la Estación. Casi nos habíamos olvidado de aquello cuando empezó el encuentro de la máxima rivalidad, pues la Estación era el rival más cercano, amén de un conjunto temible, cuyos integrantes eran un poco, sólo un poco, mayores que nosotros. De repente, desde mi portería, observé que el portero contrario ponía una cara rara y no hacía nada más que mirar esos palos que debía defender. Se ve que les tenía tomada la medida, porque se dio la vuelta, dio un pequeño salto, comprobó la altura de los puntales y acto seguido se volvió, gritando a sus compañeros: "¡Éstos son nuestros palos!". Repitió esa frase unas cuantas veces, hasta que el partido se paró y todos, al mismo tiempo, ellos y nosotros, caímos en la cuenta. Sin mediar palabra, cuatro de nosotros, corrimos a arrancar los palos y a llevárnoslos al "refugio", que no era otro que un camión abandonado junto al campo del Escopetón.

Los chicos de la Estación corrieron como locos a recuperar su propia portería y el Estadio Los Naranjos quedó vacío en apenas un minuto. Aquel affaire se solucionó poco después con la devolución de los palos a sus legítimos propietarios, porque ya el padre de Jose nos había conseguido puntales nuevos, con lo que no teníamos por qué seguir prolongando aquel latrocinio.

Todo quedó en un partido amistoso en campo contrario, donde no jugué porque todavía no podía jugar los encuentros fuera de casa, demasiado tensos para un niño de mi edad.


Esto es sólo una muestra. No se vayan a ir muy lejos que aún hay más. Aquí, en mi barrio. En La Pendola.

Gilgamesh goalkeeper

3 oct 2006

Cuando pica el gusanillo...



...ya no hay quien lo pare. Me informa el amigo quetemeto, alias Txus Oria, de que ya hay un blog dedicado al carnaval en Lepe, por lo que a partir de ahora, delegaré en él a la hora de hacer comentarios sobre el febrerillo loco de nuestro pueblo... www.carnavaldelepe.tk.
A por ello, pues.

Pero antes de todo eso, un último gustazo como carnavalero: una entrevista que le hicieron dos amigos míos a Antonio Martín con motivo de su visita a Lepe durante el año pasado, en la que su comparsa, La Quintaesencia, actuó en el Pub L'Antiqua. El breve trozo que cuelgo es exclusivo y está inédito, por lo que me tenéis que perdonar la brevedad y la calidad de la imagen. Algún día esa entrevista saldrá a la luz. Por lo pronto, ésas son las impresiones de Antonio Martín sobre la expansión del carnaval de Cádiz; creo que el motivo que expone no está falto de razón... pero tampoco le sobra. A ver si lo discutimos un poco entre todos. Y como extra añadido, un trozo pequeñísimo de la presentación de su comparsa del año pasado en L'Antiqua, que he tenido que editar mal que bien, porque la grabé con mi mierda cámara de fotos. Vosotros sabréis perdonarme.

Entrevista a Antonio Martín


La Quintaesencia (fragmento)

PD. Peasso post que me he marcao, ¿no?

Gilgamesh on fire

1 oct 2006


Grandes reflexiones de ayer y hoy presenta...

Cine de ¿autor?


(I) El prestigio cinematográfico europeo

La maquinaria norteamericana deja a Europa un poco al margen de los grandes circuitos comerciales. Sin su estructura, es imposible competir con el cine de Hollywood. En Europa, la producción es menos masiva que en EE.UU. y supone un trabajo más personalizado. La fragmentación del mercado europeo, las diversas nacionalidades, han dado lugar a una escasa industrialización del cine, por lo que, se ha podido partir desde un punto de vista más personal, más creativo, pero no por una superioridad cultural que no tienen lugar, sino porque no se poseen las estructuras antedichas. A todos los directores europeos les gustaría que existiera algo así por aquí. Además EE.UU. ha sido capaz de hacer universal un imaginario con el que gran parte de la población mundial si bien no se identifica plenamente, sí que no le resulta en absoluto ajeno. Las distancias cognitivas, en este caso, se hacen más pequeñas, lo que favorece la exportación de sus productos.

En Europa, los cineastas suelen quedar fuera del reparto del pastel americano, pero a cambio ganan cierta autonomía y control sobre sus películas, y por eso se puede hablar más de cine de autor. Aunque no hay que engañarse, la genialidad cinematográfica es, en ambos casos, simplemente un desliz, una licencia, entre tanta producción absolutamente mercantilizada y tutelada. Además, en Europa, nos hemos acostumbrado también a las formas de hacer en EE.UU. Existen estrategias parecidas, géneros, clichés, que hacen que en muchas ocasiones se esté en las mismas condiciones, pero sin las grandes ventajas de la industria americana.

El autor (II)

En un contexto de comunicación de masas, el concepto de autor suele aplicar en aquellas parcelas de la cultura industrializada que están más identificadas con el arte. Así, el concepto de autor nace en el Renacimiento y se consolida durante la Ilustración, como definición de la personalidad individual, creadora, autónoma, libre que ejecuta una obra de arte con fines estéticos. Esta individualidad, esa libertad ya en el Romanticismo hace pensar en que el autor es un genio, que hace tangible la belleza. Pero el arte no nace con esa concepción, sino que se hallaba destinado a cumplir una función específica, relacionado con lo ideológico o económico.

El autor nunca realiza sus proyectos de manera absolutamente autónoma. Todos, como en la vida, están insertos dentro de una determinada escala de valores, de unas formas de vidas, de una forma de pensamiento imperante, con convencionalismos estéticos. El artista rara vez suele escapar al influjo de alguien que haga de su obra un valor, un comerciante, llamémosle, o como diría Pierre Bourdieu, "creador del creador". Esto es así porque la creación original debe posteriormente insertarse en un proceso no personal, de conjunto, que hace que pueda llegar a un receptor (o varios, o varios miles).

Como decimos, en un contexto de comunicación de masas, de industrialización de la cultura, se vuelve a una concepción premoderna del arte y del autor. Toda obra artística lleva consigo unos intereses determinados, no es un elemento estético puro, destinado al goce por el goce: es una mercancía. El autor, hoy en día, se asemeja al artesano, quien lleva a cabo un trabajo por encargo.

Esto no hay que verlo como una reducción de la calidad en el arte, ni una disminución del goce estético. Más bien, hay que comprender los cambios como transformación de los modos de percibir el arte.

Dirigido por... (III)

En el cine, el director suele ser identificado como el autor, pasando por encima de la consideración de una película como un producto colectivo. El director responde del ámbito estético del filme, aunque su trabajo se desenvuelva en el contexto de un proceso de producción con unas fronteras perfectamente delimitadas. Así, durante mucho tiempo, esto pasa inadvertido para el público, que identifica las películas con los actores que ven en ella. El autor, dentro de este entramado, como concepto moderno, está relegado a la marginalidad.

Es la revista "Cahiers du Cinéma" la que reivindica al director como autor de una película, basándose en las experiencias cinematográficas europeas, en una curiosa vuelta de hoja por cuanto las vanguardias artísticas rechazaban la figura del autor, lo sacro del objeto artístico, cosas que ahora se reivindicaba para el cine.

Esta nueva corriente reclamaba precisamente el trabajo de los directores dentro del este sistema industrializado de la cultura. A partir de ahora, las películas de Hollywood no sólo serán vistas como una mera mercancía dirigida al entretenimiento y al consumo, sino que serán valoradas en tanto objetos estéticos. Y esto va más allá de lo evidente; con ello, lo que se hace es explorar las oportunidades que las nuevas formas de industrialización de la cultura ofrecen.

Gilgamesh's road movie