7 oct 2006

La ingenuidad de un niño... (II)



Lo dicho. Que la ingenuidad de un niño es mentira. Por respeto a la memoria del principal de los personajes, he cambiado su apodo; aunque quien conozca la historia sabrá a quién me refiero, pero prefiero dejarlo en el semianonimato. Espero que desde el cielo o donde quiera que esté, sepa perdonarme y perdonarnos.


Pasaba por allí todos los días. Teníamos que interrumpir nuestras cabalgadas por la banda y posteriores centros a la olla para evitar los remates a bocajarro y no pegarle un pelotazo. Caminaba de manera pausada, apoyándose en un recio bastón, por lo que al principio creíamos que era un pastor de cabras. Y era normal que pensáramos así, porque además siempre iba tocado con una gorra campera calada hasta casi las cejas.

El anciano nos echaba miradas fulminantes si alguna vez no parábamos nuestras correrías, por lo que no tardamos mucho en cogerle manía. Poco sabíamos de aquel hombre más que todos los días tomaba el mismo camino: venía desde más allá de la estación por la calle paralela a la vía del tren; pasaba por delante del taller de Cayetano, giraba hacia la derecha en la calle Beas, izquierda Río Segre, derecha Calañas, sede social y oficial donde se emplazaba el Estadio Los Naranjos, izquierda de nuevo para luego girar a la derecha por la calle Capitán Cortés, cuesta arriba hacia el bar de la Plaza del Carmen. La vuelta la desconocíamos, porque cuando pasaba camino del bar ya era de noche; pero no es de extrañar que tomara el mismo itinerario de vuelta a su casa o a quién sabe dónde.


Cierto día, nuestra curiosidad se hizo tan grande que queríamos conocer a ese hombre más de cerca, pero nuestros intentos fueron en vano, puesto que era un anciano un tanto huraño y desconfiado y, como se verá, con muy mala leche. Así que al poco tiempo nos enterábamos de cómo se llamaba, Juan, y, sobre todo, cuál era su apodo: Madaleno. Pero había un problema, al menos para él: le fastidiaba muchísimo que pronunciaran su apodo. Y esta información en manos de unos niños puede ser tremendamente efectiva.

Una semana más tarde, el viejo hacía su camino habitual. Nosotros le esperábamos a cierta distancia. De repente, Franci gritó: ¡Madalenooo! Lo que siguió a continuación fue de lo más gracioso, según cómo se mire, de nuestra infancia. Juan, el Madaleno, se giró hacia nosotros y expelió una retahíla de insultos que cualquier aficionado al fútbol debería tener apuntada para casos de arbitrajes nefastos. El Madaleno, siguió gritando como un descosido, profiriendo insultos que erizaban el vello, así, continuados, sin parar, casi sin respirar; el hombre se acordaba de toda nuestra ascendencia viva y muerta, de la familia, las amistades y hasta de nuestros genitales. Claro, al verlo en ese estado, no podíamos menos que seguir gritándole el "Madaleno" sin parar, con lo cual, la cosa se alargaba.

Al día siguiente, más de lo mismo, más gritos, insultos y hasta lanzamientos de piedras por su parte, lanzadas al más puro estilo cabrero y menos mal que sin demasiada fuerza. Nosotros, a distancia, seguíamos con nuestro ritual, cuando pasó junto al Madaleno un chaval de nuestra edad, del barrio, pero no de la pandilla, que no sabía nada. El Madaleno, al ver a un joven pasar junto a él ni siquiera se fijó en que no tenía nada que ver con aquello, pero por si acaso, en plan Bush & Rice, le largó un bastonazo que no le alcanzó de milagro. Claro, el chaval salió corriendo.


Y así fueron pasando los días y las tardes-noches, esperando el momento en que el Madaleno pasara por allí para seguir con la "liturgia", hasta que se nos ocurrió el plan definitivo.

Estuvimos todo el día anterior como si fuéramos un comando de asalto en misión de combate. Hicimos los preparativos a conciencia, estudiando con detenimiento todos los pasos cotidianos del Madaleno para tenderle una trampa detrás de otra. Primero, como quiera que por entonces no existían farolas en el primer tramo de la calle junto al taller de Cayetano, pusimos una tanza que cruzaba la vía de un lado a otro con la intención de que tropezara con ella y se diera un buen, como decíamos de niños, "majazo".

Seguidamente y hasta llegar a la calle Calañas, empapelamos todas las fachadas de las casas con dibujos alusivos a su apodo, para que mientras caminara, se diera cuenta de lo que le esperaba. Como fin de fiesta, le preparamos una "recepción" en la explanada del Estadio Los Naranjo, incluyendo una gran pancarta hecha con cartón en la que se leía bien grande "MADALENO".


Con tanta discreción, se llegaron a enterar mi madre y mi abuela, quienes me prohibieron la asistencia al evento, por lo que os voy a contar es simplemente el relato que me hicieron mis amigos del gran momento.


Mandaron a algunos efectivos como avanzadilla para informar de la evolución del plan. La primera en la frente: la tanza, lógicamente, se rompió porque era muy fina y el Madaleno muy corpulento. Pero la segunda salió bien. Conforme caminaba por la calle Beas, el anciano miraba las fachadas de las casas y se iba cabreando poco a poco, hasta el punto de que ya mascullaba insultos. Cuando giró la esquina de la calle Río Segre y con la calle Calañas, llegó la apoteosis: un coro de 20 ó 30 niños gritando a unísono "¡Madaleno!" y agitando una gran pancarta en la que aparecía su nombre. La media hora de insultos fue larga y tensa para todos. Incluso tuvieron que intervenir los vecinos del barrio para pararnos -a mí no, pues no estaba, pero como si hubiera estado- los pies y mandarnos a todos a casa.


Aquello afectó muchísimo al Madaleno, quien no volvió a tomar aquel camino diario hacia el bar de la plaza del Carmen nunca más. Meses, más tarde, ya durante las vacaciones de Navidad, localizamos al Madaleno por la Avenida de Huelva y, como quiera que era la época de los petardos, bombardeamos parte de su recorrido a base de petardazos. El hombre giró la cara, nos vio, nos reconoció y bajó la cabeza, pasando olímpicamente de nosotros. Aún hoy no sé si lo hizo por abatimiento o por no seguir dándonos carnaza.


Si después de esto seguís pensando en la ingenuidad de los niños, no os vayáis que todavía queda la tercera parte de la trilogía. Y es que lo que no hubiera pasado en mi barrio, en La Pendola...
Gilgamesh evil

No hay comentarios: