Confiar
El instante en el que decidió ponerse a escribir la carta a Sara estaba un poco borracho. Es complicado encontrar la frase ideal con la que encabezar una carta, más si durante todo el día Tomás se había bebido unos litros de cerveza importada. Era, como siempre, de noche. Tomás tenía una íntima relación con la noche, se podría decir que era un animal nocturno más, un búho real a escala humana, cuyo hábitat era la ciudad.
En el piélago de estrellas del cielo malagueño se dibujaban las fantasías secretas de una persona que sobrevivía a su propio afán autodestructivo. Las cosas no habían sido fáciles nunca para Sara. La vida, como se suele decir, no la había tratado bien. Sólo un puñado de recuerdos y una esperanza tan grande como un planeta eran las cadenas invisibles que la ataban a la existencia. Sara tenía tres hermanos, chavales de barrio que se dedicaban a ratear para poder malvivir.
Apenas se sostenía sobre sus piernas. La intrincada conjura a la que estaban sometidos Juan, Rafael y Luciano les atrapaba y cuanto más se esforzaban por zafarse más enredados quedaban. A merced de sus propios pensamientos, soportaban la carga de unos hechos que les inculpaban en un asesinato. Juan intentaba conseguir una vía de escape, la coartada que les salvara de aquello.
En su voz sólo se podía oír un nombre repetido hasta el infinito. Tomás, sentado frente a su escritorio, con un papel en blanco ante sus narices, era incapaz de confesarle a Sara lo que había ocurrido, de contarle aquello que desde hace unas semanas le quería decir. No sabía ni cómo empezar.
Rafael estaba visiblemente nervioso. Tenía que ser una trampa. Pero, ¿quién pudo haber sido?. Muchas pistas que seguir, cabos sueltos al viento de aquella madrugada. Acababan de encontrar el cadáver que buscaba la policía desde el martes pasado.
La primera hija de aquella vieja gloria, huérfana desde los quince años, estaba estirada sobre su cama, mirando hacia la ventana del minúsculo cuarto que poseían ella y sus hermanos, en una fonda inmunda de mil pesetas la noche. Pensaba constantemente en Tomás, en el amor que le profesa, con fe casi ciega. Hace una semana que no sabe nada de Tomás. La pelea fue muy dura.
Aunque se empeñaba en negarlo, Tomás sabía que tenía un problema con las drogas. Sabía que Sara no soportaba eso. Y esos hermanos... ¡Qué sabrán ellos! ¡Malditos rateros de mierda! Si no existieran...
Las palabras precisas con que siempre se expresaba Sara eran un cúmulo de sabiduría secreta para sus tres hermanos, que siempre le agradecían como podían todo lo que ella había hecho por ellos.
Vivo con intensidad una mentira; me escondo, cobarde, tras besos que no son míos ni para mí. Imagino futuros que nunca tendrán lugar, esperando un rayo de luz en la noche más oscura, abrazado sin sentido a falsas esperanzas de alguien que ama pero no es amado. Soy incapaz de mirar a los ojos y mentir, como tal vez tú haces, y desperdicio las horas pensando en ti. Más arriba de un oscuro cielo, en la indefinición de lo que no es universo, fuera de toda existencia, del vacío irredimible de allende los límites busco aquello que quiero encontrar.
Y mucho tiempo después volvieron a reunirse todos, olvidando aquello que nunca debió suceder. Sara, Tomás, Juan, Rafael y Luciano olvidaban. Olvidaron, olvidados. Mañana sería otro día. Siempre lo es.
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