4 may 2006

Absurdum Productions lo tira, lo borda, se emplea a fondo y ahí está Absurdum Productions liándola, marcando época (y paquete), haciendo un mundo de donde no lo hay y presentando...






Hattpireus
La historia más idiota y entrañable del mundo (más entrañable incluso que Bambi)

(III)

Enseguida que nos juntábamos en el campo de al lado de mi casa, Rabanito ya quería hacerse una casita, para lo cual, con su propio cubo y palita de la playa, se ponía a aplanar la tierra; Lolito y Gaznatito no dudaban en montar la casa ellos, aunque el Gaznatito siempre se escaqueaba un poco haciéndose el remolón y haciendo como quien estaba ocupado en otras cosas. Luego, Jehová pintaba sus cruces dentro de la casa. Cuando ya estaba todo listo, siempre venía Coria a quejarse de todo. Y yo, por supuesto, a vivir dentro, a jugar que yo era el marqués de Sade, de ese del que mi madre tanto me habló. Pero, claro, en estas venía rápidamente Rabanito a pedirme dos chupachups a cambio de la idea de montar la casa; luego Lolito que también quería lo suyo, y Gaznatito igual y Jehová que las cruces no eran gratis; y Coria que la casa era una birria, que en ese campo no se podía jugar y yo, cabreado, al final, le pegaba dos patadas a la puta casita y me iba a mi casa a merendar y que les dieran a todos.

Pero eran mis amigos, qué le iba a hacer.

Me gustaba estar con ellos. Con mis padres yo estaba igual de bien. Mi padre me soltaba la pasta, mi madre me llevaba a los sitios y nunca tuve un hermano cabronazo que me discutiera el número uno en el ránking de amor paterno-filial. Siempre fui el más alto, el más guapo, el más listo y el más tó (para mis padres) y todo el mundo me conocía (en casa a la hora de comer); siempre fui un niño curioso, culto, serio, responsable, racional y no me besaba porque no me llegaba, aunque cierto día lo intentara, con el resultado de un esquince cervical de tres pares de cojones.

Y del colegio (de pago), mejor no hablar, porque es que siempre he sacado sobresaliente, sin recurrir, como otros, a la historia del hijo del canguro azul. Lo único que hacía era estudiar y esperar a mi madre para que me recogiera en el colegio. Ella siempre se reunía con mis maestros antes de la salida para hablar sobre la evolución de mis estudios. Lo único raro es que venía con los labios despintados; claro, la pobre tanto hablar, tanto hablar, que hasta se le secaba la boca. Y mis maestros tan contentos, aquellos entrañables curas y su ilusión por el idioma de Baudelaire.


1 comentario:

Katalina dijo...

No le veo lo estúpido a la historia, desde mi posición puedo encontrar bastantillas virtudes, regreso luego. =)