6 sept 2006

Ríos como calles


Estaba fumándome un cigarro en la puerta bajo el gris oscuro del cielo. Apenas empezaba a chispear, por eso no llevaba paraguas, cuando fijé mi vista en el limitado horizonte que tenía ante mí por culpa de construcciones y más construcciones. En ese instante, el fulgor rosáceo de un rayo me sacó del ensimismamiento y di un leve salto hacia atrás. Apenas había puesto los pies en el suelo cuando un ruido atronador casi me tira de espaldas. El rayo había caído, si es que había tocado tierra, que lo ignoro, muy cerca. Tiré ese pequeño trozo de cáncer llamado cigarro aún encendido y entré sin pensarlo mucho en casa.

Me comenzaba a reponer del susto sentado en el sofá cuando me vino a la memoria, caprichosa como ella sola, la imagen de mi calle de La Pendola en aquellos días de tormenta y vendaval, por cuya calzada de tierra corrían, cuesta abajo, cómo no, las aguas pluviales como si aquello fuera un auténtico río que iba desembocar en la parte baja del barrio, cuando los sistemas de alcantarillado no eran sino bocetos en manos de algún funcionario municipal.

Es curioso, pero lo recuerdo perfectamente. Las calles de La Pendola no estaban asfaltadas en mi niñez; todo lo más, en algunas vías afortunadas del barrio, existía una suerte de suelo de piedras, al que ni siquiera se podía llamar adoquinado. Lógicamente, los coches eran por aquellos lares auténticos objetos de estudio antropológico infantil, por lo que jugar en la calle no era ni mucho menos peligroso, aunque sí algo sucio. Era yo demasiado pequeño como para tener todavía pandilla, pues todo esto sucedía en mi primerísima infancia, así que con el tiempo he tenido que tirar de fotos para recordar cómo era el lugar en donde crecieron mis sueños.

La foto que los hipotéticos lectores verán en la parte superior les puede dar idea de cómo era mi barrio hace apenas 20 años, que no es nada, como dijo Gardel. Por eso mismo la esencia de la gente de La Pendola no ha cambiado mucho y por allí siguen paseando, sufriendo, riendo, viviendo al cabo, los mismos de casi siempre, con las lógicas bajas producidas por la Irremediable. Caminar por allí no es volver para mí, ya que nunca me he ido. Caminar por La Pendola es soñar. Es vivir. Porque es mi barrio. Es La Pendola.

Gilgamesh remember again

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